Inmigración: una fuerza laboral calificada y desperdiciada
Fue así como en 2004, luego de ganar la residencia, Karug se vino con su familia a Wichita, Kansas. La tierra prometida que encontró no fue la que esperaba. Por más educación que tuviera, por más calificado profesionalmente que fuera, no podría ejercer su profesión. “En todo país uno tiene que tener una licencia”, dice Karugu. “Mi objetivo es obtener la licencia y volver a construir edificios.”
Karugu, quien trabaja como capataz de obras de construcción, representa una experiencia inmigrante de la que se habla poco: la de profesionales muy preparados, con éxito en sus carreras, que no pueden ejercer su profesión en este país. Es por ello que hay médicos que conducen taxis, ingenieros que trabajan de meseros, panaderos con títulos de abogado. La transición no es fácil.
En 2006, más de 6.1 millones de inmigrantes mayores de 25 años habían completado la secundaria, según el Instituto de Políticas Migratorias. El porcentaje de inmigrantes con estudios universitarios es similar al de la población nativa: un 17.2% de los extranjeros que viven en Estados Unidos tienen títulos secundarios, comparado con el 20.5% de los nativos: y el 12.6% de los inmigrantes cuentan con un título universitario, comparado con el 11.5% de los nativos.
Aún así, muchos —refugiados, ganadores de los sorteos de residencias, personas con visas— deben dedicarse a otra cosa debido a la barrera del idioma, porque no tienen las credenciales indicadas, para salir de apuros económicos y porque muchos piensan que el inmigrante no es tan calificado como el nativo.
“Hay muchos refugiados que tienen muy buena preparación”, comenta David Holsclaw, director del Centro Don Bosco de Inglés como Segundo Idioma. “Médicos, abogados, ingenieros... La verdad es que uno rara vez se dedica en primer lugar a su profesión. Las exigencias de la vida del inmigrante hacen que resulte difícil hacer eso.”
En consecuencia, dicen los expertos, se desperdician los conocimientos de esta gente, se malgasta un gran capital humano y personas calificadas viven penurias de las que pocos hablan al abordar el tema de los inmigrantes.
Esto es prueba de que Estados Unidos, por más que siga siendo una nación de inmigrantes y tierra de oportunidades, resulta un sitio difícil de conquistar, incluso para los recién llegados más educados.
Jol Ghazi, de 52 años, ofrece otro ejemplo. Supo ser un profesional bien remunerado, pero ahora encara un panorama económico sombrío en Kansas City y se pregunta cómo hará para mantener a su familia. Él dejó todo en Irak. Trajo a su familia porque es más seguro y con la esperanza de darle una mejor vida a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Ghazi vive en Estados Unidos desde hace un par de meses y asiste a clases de inglés. La organización Servicios Vocacionales Judíos (Jewish Vocational Services) lo ayudará con la alimentación y el alquiler durante cinco meses. Luego deberá encontrar trabajo. En Irak tenía un título de ingeniería y una joyería próspera. “Trataré de meterme en el negocio de las joyas”, afirma. “Si no lo logro, buscaré trabajo como mecánico. Tengo que trabajar.”
Los expertos afirman que Ghazi, al igual que tantos inmigrantes y refugiados preparados que pasan por el programa de inglés de Don Bosco en el Columbus Park, probablemente encuentren muchos obstáculos.
Sus tropiezos con el inglés les impiden conseguir trabajos en su campo. La revalidación de títulos es un proceso costoso y que toma tiempo. A veces el orgullo se interpone, lo mismo que la frustración y humillación de haber sido alguien importante en su país y otra persona muy diferente en Estados Unidos.
“Mucha gente piensa que todos (los inmigrantes) son jardineros o lavaplatos”, comenta Jeanne Batalova, del Instituto de Políticas Migratorias (Migration Policy Institute) de Washington. “En realidad, muchos tienen estudios universitarios. Los inmigrantes tienen más posibilidades de tener un título que los nativos. El asunto es que puedan encontrar trabajos en los que aprovechan su educación”, dice.
Pero la idea de los inmigrantes que su educación universitaria les abre las puertas en Estados Unidos no es del todo correcta. John Gak lo experimentó en carne propia. A sus 44 años, estudió ingeniería y trabajó para empresas petroleras multinacionales. Cuando se fue de su país, Sudán, sumido en una guerra, dejó atrás su carrera. Hoy es croupier en el casino Ameri-star, donde trabaja desde hace más de una década. Está estudiando computación, con la esperanza de obtener un título en 2013. Dirige una organización sin fines de lucro que recauda dinero para construir escuelas en Sudán.
“No me siento decepcionado”, dice Gak. “Es otra cultura. No responsabilizo a nadie. Me siento orgulloso de lo que hago. Me permite alimentar a mis hijos, a mi esposa, a mi familia en mi país.”
El estudio señala que el 43.55% de los inmigrantes educados de Latinoamérica que llevan al menos 10 años viviendo en Estados Unidos en algún momento realizaron trabajos que no requieren calificación alguna. Entre los africanos, el 32.9% lo hicieron y entre los europeos el 18.9%.
“Comprobamos que uno de cada cinco inmigrantes con educación universitaria hacen trabajos que no requieren capacitación alguna o no trabajan”, dice Batalova y prosigue: “Hay un 22% de inmigrantes con estudios universitarios que trabajan en cosas que requieren una capacitación media. Si se combinan esos dos grupos, el desperdicio de conocimientos es enorme.”