¿Objetividad? ¡Al Cuerno!
27052011Por César Hildebrandt *
Dicen unos turistas informativos que han venido a estas comarcas que la prensa peruana se ha sesgado y – ha olvidado lo que es objetividad. ¿Objetividad?
¿Cómo podemos ser suizos y fríos si estamos ante el peligro de que nos gobierne la sucesora de una organización criminal, la única banda que en el Perú pudo contar con ejército, marina, aviación y presupuesto sin límites?
Si yo fuera español y alguna reencarnación de Franco postulase a las elecciones, ¿sería dable que me pidiesen neutralidad?
¿Y si fuera francés y un partido neonazi jaquease las elecciones recordando a Pétain, alguien podría reprochar mi combatiente apasionamiento?
¿No habrían sido moralmente superiores las voces del desentendimiento en el caso de Stalin?
¿No fue demasiado “objetiva” la prensa occidental cuando Hitler empezaba a surgir?
Si fuera chileno y el hijo de Pinochet pasase a una segunda vuelta electoral, ¿sería dable que me pidiesen una mirada de notario para juzgar esa desgracia?
Esto es lo que tienen que saber los enviados, los corresponsales y los embajadores del primer, segundo y tercer mundo que empiezan a visitarnos: el de Fujimori no fue un respetable gobierno conservador, una opción legítima de liberalismo duramente aplicado.
El gobierno de Fujimori fue una mafia que, al revés que el mítico Midas, infectó todo lo que tocaba.
Sépanlo de una vez (o recuérdenlo si lo han olvidado): Fujimori cerró el Congreso y convocó a uno donde la verdadera oposición no estuvo representada; abolió por la fuerza una Constitución elaborada en consenso y perpetró, junto a sus aliados, una que sirvió de armadura para las grandes empresas; aterrorizó y arrinconó a los sindicatos y hay pruebas de que el asesinato de Pedro Huilca, secretario general de la central de trabajadores más importante del país, fue parte de una conspiración fraguada en el Servicio de Inteligencia; corrompió como jamás se había visto al poder judicial (el día del golpe su secuaz Montesinos se robó una tonelada de expedientes que podían ser incómodos o con los que podía chantajear); castró a la Contraloría poniéndola al servicio de la impunidad y nombrando a jefes pusilánimes que jamás se le enfrentaron; logró que todos los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas (repito: todos) fueran ladrones y sacaran dinero en efectivo que muchas veces cargaron en costales y llevaron a Palacio de Gobierno; destituyó humillantemente, desde su Congreso anuente, a los magistrados del
Tribunal Constitucional que se opusieron a algunas de sus tropelías mayores; alquiló a la casi totalidad de periodistas de la televisión y compró, al cash, a los propietarios de los canales; remató las empresas públicas a precio vil encargándole la tarea a una serie de sinvergüenzas que muchas veces fueron juez y parte dado que ofrecían lo que ellos, en sociedad con otros, terminaban comprando; fue el autor intelectual de algunos de los más notorios asesinatos del llamado Grupo Colina, una pandilla de asesinos que el mismo señor Fujimori (y allí están los documentos) ascendió, primero, y amnistió, después; hizo de la Fiscalía de la Nación una sucursal del poder ejecutivo y en la que fue tragicómicamente célebre el papel que le cupo a la “fiscal vitalicia” Blanca Nélida Colán, sentenciada después a diez años de cárcel y liberada tras cumplir dos tercios de su condena; malversó alrededor de dos mil millones de soles —ese es el cálculo conservador— y creó una red personal y familiar para robar hasta las donaciones en efectivo que le fueron entregadas en Japón; permitió que su asesor más cercano, Montesinos, se enriqueciera hasta la obscenidad (en una sola cuenta suiza se encontró 48 millones de dólares a su nombre) y, a pesar de saberlo (porque lo supo plenamente el año 2000 cuando el periódico que este columnista dirigía difundió una cuenta de 2’666,660 dólares en el limeño Banco Wiese) lo defendió diciendo que esa prosperidad venía de “asesorías a empresas extranjeras”; permitió que en su avión (el presidencial) subieran bultos extraños y dineros múltiples hasta que un día una investigación independiente, auspiciada por una agencia norteamericana, descubrió 170 kilogramos de clorhidrato de cocaína escondido en el fuselaje de la nave; creó una masiva prensa mercenaria destinada a enlodar a sus adversarios, prensa que teledirigía personalmente Montesinos; cuando no pudo conseguir una mayoría parlamentaria que avalase todas sus arbitrariedades, pues ordenó a Montesinos que comprará diputados sacando miles de dólares de las arcas públicas…
Hizo todo esto y mucho más hasta que un día, desnudado por un video entregado por plata por algún traidor, aterrorizado hasta la pis, trémulo en la mueca y en los gallos de la voz, se embarcó otra vez en el avión presidencial, dijo que iba a Brunei a una reunión presidencial y apareció en Tokio, desde donde envió, a través de un fax, la infame carta de renuncia que hizo del Perú un país divertidamente bizarro e inexplicable.
Poco tiempo después, reconocería tener la nacionalidad japonesa, postularía a la Dieta queriendo ser senador, se casaría de mentiras con una mafiosa vinculada con lo peor de la política nipona y terminaría en Santiago de Chile esperando la amnistía o la amnesia para volver a las andadas.
Ese es, a grandes y avaros rasgos, Alberto Fujimori. Y ese fue su gobierno.
¿Que durante su régimen el país derrotó al terrorismo?
Sí: el país. Porque a Abimael Guzmán lo capturó Antonio Ketín Vid 1, un general de la policía a quien Fujimori odiaba y a quien trató de hacerle la vida imposible
tras esa hazaña. Fueron los métodos dictados por el servicio de la inteligencia policial los que descabezaron a Sendero. Y cuando Guzmán cayó, Fujimori se hallaba pescando paiches en un río del oriente peruano.
¿Que con él se firmó el tratado de paz con Ecuador?
Sí, y eso es meritorio, sobre todo si se tiene en cuenta que esa paz de 1998 fue firmada luego de la dramática derrota del ejército peruano en la llamada “guerra del Cenepa” de 1995, en la que nueve naves aéreas del Perú fueron abatidas con cohetería de seguimiento térmico y en la que perdimos a decenas de efectivos por falta de equipamiento y logística (eran los tiempos en que se robaba extensamente a la hora de comprar armamento: 60 millones de dólares en una sola compra de Migs rusos, como se pudo probar judicialmente).
Pero, en todo caso, ¿valían Guzmán y Ecuador la indignidad de una década? ¿Somos los peruanos gente de tercera que debe de aceptar el robo y el asesinato como costo inexorable de una gestión gubernamental?
Me dirán que Keiko no es su padre.
Si Keiko no es su padre, ¿qué hacen con ella José Chlimper, ex ministro; Jorge Trelles, líder congresal; Vicente Silva Checa, miembro de la mafia mediática fujimorista; Jorge Morelli, inteligente portavoz de Fujimori en el canal CCN, comprado con plata negra del ejército; Milagros Maraví, alta funcionaria del sector economía y aliada de Montesinos; Martha Chávez, feroz vocera parlamentaria; Absalón Vásquez, ex ministro y operador sombrío; Rafael Rey, colaborador desde los comienzos y amnistiador de asesinos; Augusto Bedoya, ex ministro; Luz Salgado y Carmen Lozada de Gamboa, dúo de mastines parlamentarias; Luis Delgado Aparicio, abogado implacable de la causa; Carlos Blanco, ex congresista…?
¿Y qué hacen Santiago Fujimori y Jaime Yoshiyama cerca?
¿Y por qué todos ellos, en vez de tomar una distancia higiénica respecto del condenado —tal como hizo la derecha chilena en relación al no condenado Pinochet— visitan la Diroes, reciben allí instrucciones y consejos, aliento y planes?
No, señores. La pasión en este trance no sólo es admisible sino que resulta moralmente imprescindible.
Lo que no podemos hacer los periodistas es mentir, inventar, falsear, titular a nuestro antojo, establecer analogías que no lo son, crear fantasmas, omitir datos claves, calumniar, mezclar la opinión con el registro del hecho. En resumen, prostituirse.
Pero en una coyuntura como esta tenemos el derecho pleno de opinar y prevenir.
Y además, ¿a qué objetividad se refieren algunos corregidores en visita?
¿A la de El País, a punto de ser destruido como el mejor periódico de habla hispana por los sucesores de Polanco y sus múltiples intereses?
¿A la de El Mundo, que dijo, sabiendo que mentía, que el crimen de Atocha era atribuible a ETA?
¿A la de Berlusconi y sus televisiones?
¿O es que hablan de Fox News y sus chicos del Tea Party? ¿O del nuevo Wall Street Journal y su olor a Murdoch? ¡Como si no supiéramos que un buen lote de la gran prensa mundial es parte de una sinfonía que aspira a la unanimidad!
Pasión: no me abandones. Sólo tú me has salvado de la peste de la aceptación.
Columna Matices, Semanario César Hildebrandt en sus trece. *
¿Cómo podemos ser suizos y fríos si estamos ante el peligro de que nos gobierne la sucesora de una organización criminal, la única banda que en el Perú pudo contar con ejército, marina, aviación y presupuesto sin límites?
Si yo fuera español y alguna reencarnación de Franco postulase a las elecciones, ¿sería dable que me pidiesen neutralidad?
¿Y si fuera francés y un partido neonazi jaquease las elecciones recordando a Pétain, alguien podría reprochar mi combatiente apasionamiento?
¿No habrían sido moralmente superiores las voces del desentendimiento en el caso de Stalin?
¿No fue demasiado “objetiva” la prensa occidental cuando Hitler empezaba a surgir?
Si fuera chileno y el hijo de Pinochet pasase a una segunda vuelta electoral, ¿sería dable que me pidiesen una mirada de notario para juzgar esa desgracia?
Esto es lo que tienen que saber los enviados, los corresponsales y los embajadores del primer, segundo y tercer mundo que empiezan a visitarnos: el de Fujimori no fue un respetable gobierno conservador, una opción legítima de liberalismo duramente aplicado.
El gobierno de Fujimori fue una mafia que, al revés que el mítico Midas, infectó todo lo que tocaba.
Sépanlo de una vez (o recuérdenlo si lo han olvidado): Fujimori cerró el Congreso y convocó a uno donde la verdadera oposición no estuvo representada; abolió por la fuerza una Constitución elaborada en consenso y perpetró, junto a sus aliados, una que sirvió de armadura para las grandes empresas; aterrorizó y arrinconó a los sindicatos y hay pruebas de que el asesinato de Pedro Huilca, secretario general de la central de trabajadores más importante del país, fue parte de una conspiración fraguada en el Servicio de Inteligencia; corrompió como jamás se había visto al poder judicial (el día del golpe su secuaz Montesinos se robó una tonelada de expedientes que podían ser incómodos o con los que podía chantajear); castró a la Contraloría poniéndola al servicio de la impunidad y nombrando a jefes pusilánimes que jamás se le enfrentaron; logró que todos los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas (repito: todos) fueran ladrones y sacaran dinero en efectivo que muchas veces cargaron en costales y llevaron a Palacio de Gobierno; destituyó humillantemente, desde su Congreso anuente, a los magistrados del
Tribunal Constitucional que se opusieron a algunas de sus tropelías mayores; alquiló a la casi totalidad de periodistas de la televisión y compró, al cash, a los propietarios de los canales; remató las empresas públicas a precio vil encargándole la tarea a una serie de sinvergüenzas que muchas veces fueron juez y parte dado que ofrecían lo que ellos, en sociedad con otros, terminaban comprando; fue el autor intelectual de algunos de los más notorios asesinatos del llamado Grupo Colina, una pandilla de asesinos que el mismo señor Fujimori (y allí están los documentos) ascendió, primero, y amnistió, después; hizo de la Fiscalía de la Nación una sucursal del poder ejecutivo y en la que fue tragicómicamente célebre el papel que le cupo a la “fiscal vitalicia” Blanca Nélida Colán, sentenciada después a diez años de cárcel y liberada tras cumplir dos tercios de su condena; malversó alrededor de dos mil millones de soles —ese es el cálculo conservador— y creó una red personal y familiar para robar hasta las donaciones en efectivo que le fueron entregadas en Japón; permitió que su asesor más cercano, Montesinos, se enriqueciera hasta la obscenidad (en una sola cuenta suiza se encontró 48 millones de dólares a su nombre) y, a pesar de saberlo (porque lo supo plenamente el año 2000 cuando el periódico que este columnista dirigía difundió una cuenta de 2’666,660 dólares en el limeño Banco Wiese) lo defendió diciendo que esa prosperidad venía de “asesorías a empresas extranjeras”; permitió que en su avión (el presidencial) subieran bultos extraños y dineros múltiples hasta que un día una investigación independiente, auspiciada por una agencia norteamericana, descubrió 170 kilogramos de clorhidrato de cocaína escondido en el fuselaje de la nave; creó una masiva prensa mercenaria destinada a enlodar a sus adversarios, prensa que teledirigía personalmente Montesinos; cuando no pudo conseguir una mayoría parlamentaria que avalase todas sus arbitrariedades, pues ordenó a Montesinos que comprará diputados sacando miles de dólares de las arcas públicas…
Hizo todo esto y mucho más hasta que un día, desnudado por un video entregado por plata por algún traidor, aterrorizado hasta la pis, trémulo en la mueca y en los gallos de la voz, se embarcó otra vez en el avión presidencial, dijo que iba a Brunei a una reunión presidencial y apareció en Tokio, desde donde envió, a través de un fax, la infame carta de renuncia que hizo del Perú un país divertidamente bizarro e inexplicable.
Poco tiempo después, reconocería tener la nacionalidad japonesa, postularía a la Dieta queriendo ser senador, se casaría de mentiras con una mafiosa vinculada con lo peor de la política nipona y terminaría en Santiago de Chile esperando la amnistía o la amnesia para volver a las andadas.
Ese es, a grandes y avaros rasgos, Alberto Fujimori. Y ese fue su gobierno.
¿Que durante su régimen el país derrotó al terrorismo?
Sí: el país. Porque a Abimael Guzmán lo capturó Antonio Ketín Vid 1, un general de la policía a quien Fujimori odiaba y a quien trató de hacerle la vida imposible
tras esa hazaña. Fueron los métodos dictados por el servicio de la inteligencia policial los que descabezaron a Sendero. Y cuando Guzmán cayó, Fujimori se hallaba pescando paiches en un río del oriente peruano.
¿Que con él se firmó el tratado de paz con Ecuador?
Sí, y eso es meritorio, sobre todo si se tiene en cuenta que esa paz de 1998 fue firmada luego de la dramática derrota del ejército peruano en la llamada “guerra del Cenepa” de 1995, en la que nueve naves aéreas del Perú fueron abatidas con cohetería de seguimiento térmico y en la que perdimos a decenas de efectivos por falta de equipamiento y logística (eran los tiempos en que se robaba extensamente a la hora de comprar armamento: 60 millones de dólares en una sola compra de Migs rusos, como se pudo probar judicialmente).
Pero, en todo caso, ¿valían Guzmán y Ecuador la indignidad de una década? ¿Somos los peruanos gente de tercera que debe de aceptar el robo y el asesinato como costo inexorable de una gestión gubernamental?
Me dirán que Keiko no es su padre.
Si Keiko no es su padre, ¿qué hacen con ella José Chlimper, ex ministro; Jorge Trelles, líder congresal; Vicente Silva Checa, miembro de la mafia mediática fujimorista; Jorge Morelli, inteligente portavoz de Fujimori en el canal CCN, comprado con plata negra del ejército; Milagros Maraví, alta funcionaria del sector economía y aliada de Montesinos; Martha Chávez, feroz vocera parlamentaria; Absalón Vásquez, ex ministro y operador sombrío; Rafael Rey, colaborador desde los comienzos y amnistiador de asesinos; Augusto Bedoya, ex ministro; Luz Salgado y Carmen Lozada de Gamboa, dúo de mastines parlamentarias; Luis Delgado Aparicio, abogado implacable de la causa; Carlos Blanco, ex congresista…?
¿Y qué hacen Santiago Fujimori y Jaime Yoshiyama cerca?
¿Y por qué todos ellos, en vez de tomar una distancia higiénica respecto del condenado —tal como hizo la derecha chilena en relación al no condenado Pinochet— visitan la Diroes, reciben allí instrucciones y consejos, aliento y planes?
No, señores. La pasión en este trance no sólo es admisible sino que resulta moralmente imprescindible.
Lo que no podemos hacer los periodistas es mentir, inventar, falsear, titular a nuestro antojo, establecer analogías que no lo son, crear fantasmas, omitir datos claves, calumniar, mezclar la opinión con el registro del hecho. En resumen, prostituirse.
Pero en una coyuntura como esta tenemos el derecho pleno de opinar y prevenir.
Y además, ¿a qué objetividad se refieren algunos corregidores en visita?
¿A la de El País, a punto de ser destruido como el mejor periódico de habla hispana por los sucesores de Polanco y sus múltiples intereses?
¿A la de El Mundo, que dijo, sabiendo que mentía, que el crimen de Atocha era atribuible a ETA?
¿A la de Berlusconi y sus televisiones?
¿O es que hablan de Fox News y sus chicos del Tea Party? ¿O del nuevo Wall Street Journal y su olor a Murdoch? ¡Como si no supiéramos que un buen lote de la gran prensa mundial es parte de una sinfonía que aspira a la unanimidad!
Pasión: no me abandones. Sólo tú me has salvado de la peste de la aceptación.
Columna Matices, Semanario César Hildebrandt en sus trece. *
http://editordelnorte.com/
Maclovia Perez
801-833-2793
Fundadora,Coordinadora Red de Peruanos en Utah*USA*
E-mail:redperuenutah@gmail.com
http://redperuenutah.blogspot.com
Corresponsal Red Democratica del Peru
(1998-2011..)
http://groups.yahoo.com/group/eleccion
Por una política exterior democrática en el Perú